En las más destacadas distopías de la ciencia ficción, o en los dramas de la ficción a secas, los libros han sido quemados (Farenheit 451), modificados (1984) o prohibidos (El nombre de la rosa). Sin embargo, y otra vez la realidad supera la ficción, hay algo más que se puede hacer -y se hizo- con el contenido de un libro que va en contra de los intereses y/o los paradigmas de turno: tachar, literalmente, esas líneas que no conviene dejar libradas a la lectura. Este es el caso del libro In lob comentaria, escrito por el español Diego de Zuñiga (Salamanca, 1 de enero de 1536 - Toledo, 1597 o 1598) en 1584. En ese libro, que alcanzó notoriedad en las primeras décadas de la revolución copernicana, el autor defiende, en principio -más adelante se entenderá por qué la aclaración "en principio"-, dos tesis: el movimiento de la Tierra y el sistema heliocéntrico de Copérnico.
En la imagen, dos páginas del libro de Zuñiga In lob comentaria (1584), con párrafos favorables a la teoría heliocéntrica tachados por orden de la inquisición en el siglo XVII. Crédito: Scientific American, Número 42, Marzo 1980. No se cita el origen de la imagen ni la autoría de la foto.
Para ubicarnos mejor en el contexto de la época, son útiles algunas referencias. En 1584, hacía 41 años que había muerto Copérnico y hacía esos mismos que había visto la luz su libro revolucionario, el "De revolutionibus...". Kepler, de trece años, estaba lejos, muy lejos todavía de enunciar sus tres leyes del movimiento planetario. Faltaban 25 años para el inicio de la era telescópica a manos de Galileo. Tycho Brahe -el "último de los geocéntricos, o seudogeocéntricos"- defendía un sistema híbrido en el que la Tierra estaba en el centro del universo, y los restantes planetas giraban en torno al sol, que a su vez giraba en torno a la Tierra. Hacía poco además que Tycho había escrito un opúsculo sobre la nova aparecida en 1572 en la constelación de Casiopea (no se trata de un detalle ni menor ni inconexo en toda esta historia, al demostrar Brahe que la nova pertenecía al cielo inmutable de Aristóteles). En 20 años Kepler escribiría sobre otra nova, la última visible a simple vista en nuestra galaxia hasta el día de hoy, la de 1604 en la constelación de Ofiuco. Y faltaban 16 años para que la Inquisición sentenciara a Giordano Bruno a morir "sin derramamiento de sangre".
Diego de Zuñiga, después de abandonar la cátedra que ocupaba en la Universidad de Osuna, escribió el libro que nos ocupa en el convento de Toledo, donde residió hasta morir. Al comentar en su libro el versículo "Conmueve la Tierra de su lugar y hace temblar sus columnas", defiende el movimiento de la Tierra y el sistema heliocéntrico de Copérnico afirmando que no contradicen las Sagradas Escrituras.
Con respecto a su defensa del movimiento de la Tierra escribe, al referirse a los argumentos de Copérnico: "Su teoría no contradice en absoluto lo que Salomón afirma en el Eclesiastés: "La Tierra eternamente permanece". Ello significa que aunque se suceden en la Tierra varias épocas y varias generaciones de hombres, la Tierra sigue siendo la misma y no cambia. Dice, en efecto, la frase: "Una generación se va y otra generación viene, mas la Tierra eternamente permanece". El contexto no resultaría coherente si se hablara de la Tierra inmóvil, como afirman los filósofos. No existe tampoco contradicción porque en este capítulo del Eclesiastés y en otros muchos de las Sagradas Escrituras se hable del movimiento del Sol y Copérnico lo considere el centro inmóvil del universo, puesto que en las obras del mismo Copérnico y en las de sus seguidores el movimiento de la Tierra se atribuye al Sol y no hay pasaje alguno en las Sagradas Escrituras que diga tan claramente que la Tierra no se mueve como éste afirma que se mueve".
Y con respecto al sistema heliocéntrico dice: "Con su teoría las posiciones de los planetas se explican mucho mejor y de modo más cierto que con la Magna Compositio de Tolomeo y con las opiniones de otros autores. Tolomeo, en efecto, no podía explicar el corrimiento de los equinoccios, ni presentar un comienzo del año cierto y estable, como él mismo reconoce.. Por el contrario, Copérnico expone y demuestra de forma muy convincente las explicaciones de estos problemas con el movimiento de la Tierra, concordando todos los demás fenómenos del modo más satisfactorio".
Estas dos "defensas" de Diego de Zuñiga fueron suficientes para que el libro fuera expurgado en el decreto de la Sagrada Congregación del Indice de 1616. Sin embargo, no podía ese libro recibir mejor honor que ese, el honor de quedar su destino a la par de otros como el mismísimo "De revolutionibus..." de Copérnico.
En la misma época en España estaban también los defensores de las tesis opuestas. El médico Francisco Valles, en su Sacra Philosophia, en base a los "temas científicos" aludidos en las Sagradas Escrituras, refuta a Copérnico mediante argumentos de la filosofía natural y de la cosmología tradicional y considera el movimiento de la Tierra incompatible con los textos bíblicos.
Diego Perez de Mesa fue menos dogmático y se podría decir que hasta "más científico". En un estudio dedicado a ese tema, cuyo manuscrito se conserva, titulado "Los movimientos de la Tierra y de los cuerpos celestiales, reproducido después en sus Comentarios de sphera (1596) se muestra contrario al movimiento de la Tierra, pero en términos de probabilidad. Consideraba que era posible que la Tierra y los demás cuerpos celestes se moviesen y con velocidad desiguales, pero más probable, a su criterio, era que la Tierra estuviese inmóvil.
Así las cosas en esta época de transición revolucionaria, todavía los dos sistemas (el tolemaico o geocéntrico y el heliocéntrico de Copérnico) se consideraban igualmente válidos. Pero el gran problema estaba en el movimiento de la Tierra. Este contradecía el sentido común y una filosofía natural cristianizada con 400 años de historia. A tal punto que el mismo Diego de Zuñiga, posteriormente, en su Philosophia (1597) cambia de opinión. Leemos en esa obra: "Que la Tierra no está inmóvil, sino que por su naturaleza se mueve, lo opinaron Pitágoras, Filolao... y en nuestra época lo enseñó Nicolás Copérnico en el libro de las revoluciones y doctamente acomoda la composición del universo con el movimiento múltiple de la Tierra... Pero Aristóteles, Tolomeo y otros filósofos y astrónomos expertísimos mantienen la opinión contraria, a los cuales seguimos nosotros". El motivo específico de su retractación es la rotación terrestre. Dice Diego "...que toda la Tierra gire sobre sí misma cada veinticuatro horas supone muy grandes dificultades y parece que convierte en absurda esta doctrina del movimiento de la Tierra". En el mismo libro echa mano al conocido argumento anticopernicano de que un objeto arrojado hacia arriba "mil veces" cae siempre en el mismo lugar, como otra prueba ¿"empírica"? de que si la Tierra se moviera con tal velocidad no podrían caer en el mismo lugar. Más adelante Hooke, Halley y Wren (los muchachos del café) se ocuparían de ese cálculo, y claro, sería Newton quien les regalaría el cálculo teórico que demostraba que la curva seguida por el objeto que cae es un fragmento de elipse, un desplazamiento que todavía escapaba a los ojos -y a las intenciones de verlo- de los tolemaicos de la época, lo mismo que la falta de paralaje estelar daba la razón a Tolomeo, pero como consecuencia de la incapacidad de los instrumentos, pretelescópicos y telescópicos, para detectarla.
Lo anterior es muy interesante y se impone una explicación, vamos a detenernos un momento en ese problema, para lo cual retrocedemos en el tiempo varios siglos.
En el siglo IV el cristianismo se convirtió en la religión oficial del imperio romano ejerciendo un dominio total sobre la cultura. En esos primeros tiempos la iglesia era hostil o indiferente al paganismo y a la filosofía natural. En 390, por ejemplo, se destruyó gran parte de la Biblioteca de Alejandría. Y podemos citar como caso paradigmático el trágico final de Hipatia. En 529, Justiniano, persuadido por los cristianos, prohibió el estudio de toda "instrucción pagana" en Atenas, acabando con esa célebre escuela. Todo lo que el cristiano debía saber sobre la naturaleza estaba en la Biblia. A pesar que se proponía el uso de la filosofía y la ciencia paganas como herramienta para interpretar el texto bíblico, lo que se impuso fue la tesis de que la filosofía era una simple "sierva" de la teología.
Hacia el siglo XII la Iglesia ya era suficientemente poderosa y sólida como institución para asimilar la filosofía natural griega. Alberto Magno y Tomás de Aquino cristianizaron la filosofía de Aristóteles.
En esa misma época, en el siglo XIII, nos encontramos con Roger Bacon (1214-1294) afirmando que el conocimiento científico solo podía adquirirse por experimentación, que solo a través de ella se alcanzaban las certezas, mientras que el resto son solo conjeturas. Pero Bacon no pasó de hacer objeciones a la concepción mental imperante. Era, como dice James Jeans, un hijo de su tiempo y no un revolucionario. Como sus contemporáneos, estaba convencido de que, en última instancia, la ciencia debía estar de acuerdo con la religión cristiana y establecer de esa manera su verdad.
Pero en el siglo XIV los textos árabes, basados en el sistema de Tolomeo, tenían una gran superioridad en sus capacidades operativa y de predicción, sumado a que representaban mejor los sucesos astronómicos. Esto produjo un conflicto interno entre el homocentrismo de Aristóteles y los recursos geométricos de Tolomeo. Una salida, visto en panorámica, fue considerar los recursos tolemaicos como hipótesis o herramienta de cálculo sin vinculación física con la realidad celeste, en la cual debían regir las ideas aristotélicas.
Justamente ese recurso fue del que después echó mano Osiander, modificando el sentido del libro de Copérnico, al publicar en la introducción del "De revolutionibus..." que la teoría heliocéntrica allí presentada debía tomarse como una mera hipótesis funcional a las necesidades de cálculo. No solo eso, para asegurarse de que no hubiera dudas, eliminó el reconocimiento que Copérnico hacía al primer heliocentrista de la historia: Aristarco de Samos.
Nicolás de Oresme (1332-1382), obispo de Liseux, que fue consejero confidencial de Carlos V de Francia y después de Carlos VI, refutó los argumentos que estaban a favor de la inmovilidad de la Tierra. Sin embargo -y el ignorar lo siguiente ha sido el error de algunos historiadores de la ciencia-, a pesar de la solidez de sus argumentos, y acá debe lidiar entonces con el mismo problema que se le presentó a Diego de Zuñiga: no puede evitar quedar bajo el efecto de la postura cristiana. En ese sentido escribió que no se puede, ni por ninguna experiencia ni por ningún argumento, demostrar con certeza que los cielos se mueven en torno a la Tierra. Continúa diciendo que existen argumentos que se oponen a eso para demostrar que el cielo no se mueve. Y finalmente cede, escribiendo "Y a pesar de todo, todos creen, y yo también lo creo, que se mueven así los cielos y no la Tierra. Pues Dios afirmó el orbe de la Tierra, que no se moverá (Salmo XCII, 1). Esto a pesar de los argumentos en contra, porque son argumentos no concluyentes... (...)... Así pues, todo lo que he dicho de este modo por amor a la discusión puede servir como un valioso medio para refutar y refrenar a aquellos que quisieran impugnar nuestra fe mediante argumentos".
Un siglo después de Oresme, Nicolás de Cusa, hijo de un pescador, que sin influencia llegó a cardenal de la Iglesia, rechazó toda la astronomía tradicional y expresó la opinión de que la Tierra "se mueve como lo hacen las estrellas".
En síntesis, la lógica imperante, en base al dogma cristiano era esta: la Biblia afirma que la Tierra está inmóvil en el centro del universo. Por lo tanto la experiencia y los argumentos no tenían ningún valor frente a eso. La ciencia, o escasa ciencia existente, por lo tanto, se debía doblegar a la fe. Como bien lo sintetiza Beltran Marí en su excelente texto "Pensamiento de Copénico": un modelo cosmológico que afirmaba el movimiento de la Tierra y la convertía en un cuerpo celeste no solo se enfrentaba a serios problemas en los campos de la física y de la astronomía, sino también en el campo de la teología. Todo esto sirve no solo para comprender los problemas que enfrentaron por ejemplo Oresme y Zuñiga, sino para tener más idea de lo meritorio que fue lo hecho por Copérnico y el por qué de tanta resistencia y persecución a esa teoría.
La visión de Diego de Zuñiga y la ambivalencia de la misma, entonces, era un reflejo típico de la época. El sentido común, la filosofía natural tan arraigada y en general la todavía vigente sumisión de la ciencia a la fe conspiraban contra la elaboración de modelos astronómicos adecuados. Pero Galileo y Kepler estaban a punto de rectificar drásticamente ese rumbo equivocado iniciando la era de la astronomía moderna...
Bibliografía y fuentes consultadas:
• José Lopez Piñero, "Hace 400 años...", Scientific American, Número 42, Marzo 1980, pp. 4, 5
• James Jeans, Historia de la física, FCE.
• Giorgio Abetti, Historia de la astronomía, FCE.
• Tom Montesinos, Copérnico, vida y época, Copérnico y Kepler, Colección Grandes Pensadores.
• Antonio Beltran Marí, Pensamiento. La astronomía en la antigüedad. Copérnico y Kepler, Colección Grandes Pensadores.
• I. Bernard Cohen, El descubrimiento newtoniano de la gravedad, Scientific American, Número 56, Marzo 1981, pp. 110 a 120.
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martes, 11 de marzo de 2014
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